CUENTO
DE TERROR “PÉRDIDA FINAL”
Hace algún tiempo, según se
cuenta en las bocas de los locales, en el parque natural “Decima
Malafede” a la afueras de la ciudad de Roma, ocurrió esta historia. Una pequeña
niña de la que solo se conserva su nombre: Nami, estaba de paseo con su padre
en la deslumbrante ciudad, en algún momento ella se separó de él, y se halló
perdida en alguna parte de la reserva. Sin saber cómo, deambuló buscando un
camino de regreso, sin hallar nada que le diera una pista de dónde se
encontraba realmente. Ya la noche había llegado, y la luna llena brillaba con
todo esplendor, aunque casualmente era tapada por algunas oscuras nubes. Sin
saber realmente cómo, se topó con una cabaña radiante y hermosa, atraída por su
curiosidad la niña tocó varias veces a la puerta. Sin haber tenido respuesta
alguna, ella decidió entrar y tomar el lugar para pasar ya la noche, y pensó
para sí, si ella la había hallado, era posible que alguien más también lo
hiciera, y así podría ir con su padre de nuevo. Al entrar, vio con gran asombro
hermosas pinturas en la pared, pinturas que retrataban personas sonrientes,
pero por algún motivo, esas pinturas provocaban temor al separar la mirada de
ellas. La niña inspeccionó toda la casa en busca de persona, pero fue en vano,
estaba sola. Aunque sentía un escalofrió recorrer su cuerpo, decidió pasar la
noche en ese lugar, decisión que la llevaría a su muerte. Encontró razonable
dormir en uno de los sillones que estaban en la recepción de la cabaña. Ya
estaba profunda, debido al cansancio, cuando sintió que una persona se acercaba
a ella, se despertó asustada. Era un hombre delgado, con ojos negros y fríos,
quien se presentó ante ella cómo Brook. Tras haber relatado su historia, el
hombre le ofreció su ayuda, y le ordenó que se alojara en una de las
habitaciones y que durmiera placenteramente, al amanecer la llevaría a un lugar
dónde pudiera contactar con su padre. Ella se durmió rápido.
La luna brillaba fuertemente cuando
aquella niña sintió que una fría brisa le cubría el cuerpo. Al despertar, la
hermosa cabaña no estaba, en su lugar solo había una lúgubre, oscura y
aterradora fosa, con incontables fosos a su alrededor, el terror le congelaba
el cuerpo, apenas lograba respirar por la presión que le generaba aquella escena,
¿En dónde estaba? ¿Qué había sucedido? ¿Por qué? Mientras todas estas preguntas
rondaban su cabeza, una aterradora voz atrajo toda su atención, sintiendo que
toda su sangre se congelaba en el acto. Al darse vuelta, vio la más
espeluznante criatura que jamás hubiese podido tan siquiera imaginar en su más
terrible pesadilla, un monstruo con forma humana, casi un esqueleto con las
carnes roídas, podridas, colgando apenas de los huesos, cuencas vacías hacían
las veces de ojos. No, no estaban vacías, en su interior se deslumbraba la más
oscura y siniestra maldad. No tuvo tiempo a reaccionar, sólo logro sentir como
su cuerpo era tomado por demoniacos esbirros, que le sujetaban y la arrastraban
con inclemente fuerza para después arrojarla a un mesón de blanca piedra,
apoyada en pilares hechos de cráneos e iluminada con la intensa luz de luna. Su
mente no podía con tanto terror, imaginaba miles de torturas, de aberraciones,
de muertes…
Así de inesperada y súbita
como ese instante, fue la profunda calma que le precedió, el silencio absoluto
reinaba, no había nada, no alcanzaba a oír o sentir o ver nada. La luna le
iluminaba, pero el terror era cada vez mayor, ese silencio era el preludio de
lo inevitable. Justo cuando la luna se proyectaba directamente sobre ella, esos
demonios volvieron a aparecer, mostrando sus putrefactos cuerpos y apoderándose
de ella, la tomaban por sus extremidades, apretando sus propias carnes a sus
huesos, infringiendo un dolor espantoso. El monstruo volvió a entrar, ésta vez
mostrando su horripilante sonrisa. “Es hora de cenar”. Con ésta frase, todos
esos esbirros comenzaron a jalar las extremidades de la indefensa niña,
arrancándolas en el acto, clavando sus podridas fauces en ella. Un grito
ensordecedor llenó aquella fosa por unos leves instantes, Brook, le cercenaba
el cuello, empapando de sangre aquel rudimentario mesón. Con furtiva violencia estampó
aquella cabeza contra un pedazo viejo de madera, que, al colgarlo en la pared,
tomó forma de un retrato de la niña, un bello retrato.
AUTOR : JAVIER TORRADO 1002
FIN.
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